—Todo se nos escapa, todo se nos escapa —murmuraba el Papa para sí mismo. Aún estaba sentado en la inmensa sala de reuniones mucho después de que todos los demás habían huido con excusas pobres y mal elaboradas. Sus ojos miraban al vacío, luchando con la calamidad que acababa de desplegarse.
A diferencia de sus colegas cortos de vista que habían huido tontamente, el Papa era bien consciente de la grave realidad de su situación. Si su enemigo invisible tenía la astucia y los recursos para infiltrarse en sus espacios más sagrados, colocar runas y transmitir sus discusiones más incriminatorias a cada rincón del Imperio del Dragón de Hielo del Norte, entonces seguramente, ese enemigo podría apagar sus vidas cuando les plazca. El Papa estaba entendiendo que el verdadero objetivo del enemigo no era solo su aniquilación física, sino un golpe mucho más devastador: despojarlos de su credibilidad y poner al pueblo en su contra.