En el interior tenue de su tienda, la Capitana Amber se hallaba inmersa en la tarea de cambiarse de ropa. Las paredes de lona ofrecían un semblante de privacidad, protegiéndola de miradas curiosas. Ella, su fiel vicecapitana, entró en la tienda sin vacilación, y su presencia fue recibida con facilidad y familiaridad. Tras haber compartido innumerables batallas y adversidades juntas, su compañerismo trascendía la necesidad de formalidad.
—Milady, he preparado vuestra cena —anunció Ella, con una voz suave pero llena de una lealtad inquebrantable. Observó a Amber, quien estaba entre un mar de pertenencias esparcidas por el suelo de la tienda, ocupada en el acto de cambiarse. No había ninguna señal de incomodidad o vergüenza entre ellas, ya que sus experiencias compartidas habían disuelto hace tiempo cualquier atisbo de autoconciencia.