Los suaves matices del amanecer pintaban el cielo mientras los primeros rayos de sol asomaban por el horizonte. Era una mañana excepcionalmente temprana en el Palacio del Dragón, donde la mayoría de los residentes aún estarían acurrucados en el abrazo del sueño. Sin embargo, hoy no era un día ordinario: tenía un inmenso significado para todos dentro del palacio. Entre el bullicio de la actividad, un hombre seguía durmiendo plácidamente, ajeno a los preparativos frenéticos que se llevaban a cabo a su alrededor. Ese hombre no era otro que el venerado Monarca de Dragones.