—¿Entonces entras o no? —preguntó Max a Sebastián, quien estaba vestido en sus ropas papales y parecía como si llevase 100 armas escondidas debajo de esas amplias ropas.
—¿Que si entro o no? Cobarde, ¿tienes el descaro de preguntarme? ¿Que si entro o no? —dijo Sebastián mientras rasgaba sus ropas papales para revelar todas las diferentes armas atadas a su pecho.
Tenía al menos 12 pequeños puñales, dos capas de armadura y una docena de artefactos defensivos atravesados a lo largo de su cuerpo, mientras Max soltaba una carcajada al ver lo exageradamente cauteloso que era su amigo.
—Puede que me haya unido a la iglesia, pero no me confundas con ningún santo —dijo Sebastián mientras apuntaba a Max con una expresión ardiente en sus ojos.
—Mi hermano, sabía que no te echarías atrás en esta pelea —dijo Max mientras agarraba el dedo señalador de Sebastián con su pulgar e índice.