Un enorme camión negro se abría paso en un vasto hangar de jets privados, empequeñecido por aviones elegantes y costosos de diversos tamaños y formas.
La atmósfera estaba eléctrica de anticipación mientras un grupo de hombres completamente armados y en trajes emergían del camión.
La última persona en salir del camión era un joven alto y delgado, sus ojos negros centelleando con determinación. Comprobó su reloj, aliviado de ver que había llegado temprano como tenía planeado.
Tristan sabía que hoy no era un día para la complacencia, ya que el trato que estaba a punto de cerrar podría ser uno de los momentos más cruciales de su vida.
—Asegúrense de que todo esté en orden. No quiero errores hoy —ordenó Tristan a sus hombres, quienes asintieron con firmeza. Había alrededor de veinte hombres, todos armados con pistolas impulsadas por maná.