El joven comerciante se levantó de repente, invitando a William a seguirlo en un movimiento que le pareció extraño. Incluso guardó los pergaminos que William acababa de dibujar antes de alejarse.
Como este joven era amable e ingenuo, a William no le pareció mal seguirlo. A diferencia de lo que William esperaba, aquel joven comerciante no lo llevó hacia arriba. En cambio, lo llevó hacia abajo.
Ambos caminaron durante diez minutos por un camino iluminado con antorchas y velas, antes de llegar a un pasillo estrecho.
William estaba seguro de haber descendido cientos de metros bajo tierra, algo que nunca esperó que tal tienda tuviera en primer lugar. Pero al llegar allí, notó cuán diferente era este pasillo.
Las paredes no estaban hechas de rocas, sino de minerales cuidadosamente pulidos que alternaban colores azul oscuro y verde. En medio de una pared, William vio una gran rueda dorada y tres ancianos sentados alrededor de una mesa redonda dorada, justo frente a esta rueda.