Cuando divisó la sala de estudio, sus ojos brillaron al encontrar lo que buscaba. —Síganme —condujo a las dos chicas al interior, cerró la puerta con llave y corrió la cortina para cubrir las ventanas.
Quería un lugar al que no pudiera acceder nadie que visitara su hogar. Iba a reunirse con todo el mundo en un día. Estaba seguro de que la transformación que estaba por provocar en los cuerpos de estas dos chicas llevaría mucho tiempo completarse.
—Ahora es el momento de que se agachen e intenten entrenar —dijo William casualmente, pero sus palabras dejaron a las dos chicas sin habla.
Incluso la más joven, Tina, sabía lo imposible que les resultaría hacer eso.
—No se queden ahí paradas soñando con unicornios y arcoíris, hagan lo que les digo. Siéntense allí, crucen las piernas, cierren los ojos e intenten regular sus respiraciones y sentir la energía que les rodea.