Después de construir el teleportador en el sótano, Astaroth y Fénix decidieron que su día ya había sido suficientemente largo. Todavía no habían comido comida de verdad, y sus estómagos comenzaban a rugir un poco.
Se habían sostenido con té, agua y galletas. Esta no era manera de vivir.
Fénix quería regresar a su habitación, donde podrían pedir a un sirviente que les trajera cualquier comida que quisieran. Pero Astaroth tenía algo diferente en mente.
—¿Y si, en lugar de actuar como una realeza reclusa, actuamos como personas normales? Estoy seguro de que la comida en la cantina sobre nuestras cabezas, la que tienen los Centinelas, es muy buena. ¿Quieres ir a comer allí, donde habrá gente alrededor, en lugar de paredes y techos? —propuso Astaroth.
La idea no era tan mala, y Fénix estuvo de acuerdo. No podrían comer lo que quisieran, pero no comer solos también tendría una sensación más realista.
Pero ella corrigió la equivocación de Astaroth.