Al ver la mente del joven entrar en shock, Salomón le dio tiempo para que hiciera un reinicio de fábrica. Mientras tanto, Amon volvió con una tetera recién preparada, aún humeante en el pico.
Amon hizo un gesto con su mano frente a él, conjurando una mesa de la nada, antes de colocar la bandeja dorada que tenía en sus manos, en la que descansaban la tetera, así como tres tazas.
Mientras servía las tazas, Salomón miró al demonio con un destello de diversión. Sabía que a Amon le disgustaba ver a la gente beber té sin él, pero no lo detendría.
Conjuró un tercer sofá, en el que Amon se sentó una vez que las tres tazas de té fueron servidas. Amon mantuvo sus ojos cerrados todo el tiempo, mostrando una gracia y coordinación que desmentían el uso de la vista.
La elegancia inhumana que mostraba no era nada menos que digna de un Oscar.