El grupo de cuatro adentrándose más y más en los bosques del Reino Élfico. Pronto, llegaron a una zona donde los monstruos eran de nivel superior.
El grupo tuvo que luchar contra algunos de ellos en su camino hacia el punto en el mapa de Fénix. Pero no era nada que no pudieran manejar.
Cuando casi habían llegado al lugar que buscaban, Astaroth se detuvo de repente. Su cabeza giró hacia la izquierda, mientras su mano se movía rápidamente para atrapar algo.
Frente a su rostro, ahora aprisionada en su mano, una flecha. Cuando miró a lo lejos, para ver de dónde venía, notó algo moviéndose entre los árboles.
Muchas siluetas saltaban de rama en rama y de árbol en árbol, acercándose a ellos. De repente, una silueta cayó junto a él.
Fue entonces cuando la reconoció.
—Atenea. Podrías haberles dicho a tus amigos que no dispararan contra nosotros —dijo Astaroth.
—Lo siento, Wolfie. No esperaba que llegaras tan rápido —respondió Atenea.
—No me llames Wolfie… —gruñó Astaroth.