—Sí, sí. No lo menciones —dijo David, agitando la mano.
—¿Sabías? —preguntó Alexander.
—No. Solo que no quería quedarme de brazos cruzados mientras machacaban a un pobre tipo. No hay necesidad de agradecerme. Haría lo mismo por cualquiera —explicó David, recorriendo el ático.
Silbó mientras caminaba frente a los ventanales de suelo a techo, contemplando la vista.
—Vaya casita que te has conseguido aquí. Debió costarte una buena pasta —dijo, saliendo al balcón.
Alexander se encogió de hombros en respuesta. Ante lo cual David rió entre dientes.
—Supongo que has estado usando la lista que te envié a su máximo potencial ¿no? Bien. Los fondos nos ayudarán a ti y a mí en el futuro cercano —dijo David, apoyándose en la baranda del balcón.
El silencio llenó el aire. David se giró y miró a Alexander.