Astaroth y Violeta se quedaron en el claro durante unas horas más, disfrutando de la vista de la cervatilla recién nacida que se tambaleaba. Astaroth usaba repetidamente su hechizo de invocación, solo para mantenerla presente.
Quería que la cervatilla se acostumbrara al mundo exterior, ya que no había vivido una vida como la de Blanco. Así que, experimentarlo de primera mano era lo mejor.
Pronto el sol comenzó a salir en el horizonte hacia el este. Fue entonces cuando Astaroth se dio cuenta de qué hora era.
—Creo que nos hemos excedido en nuestro tiempo de juego. Vamos a volver al pueblo —le dijo a Violeta.
La joven fruncía ligeramente el ceño ante la idea de tener que dejar de jugar con la cervatilla. Cuando Astaroth desinvocó a Luna, ella suspiró profundamente.
Pero sabía que Astaroth tenía razón. Ambos tenían asuntos que atender en el mundo real.