Aunque se estaba divirtiendo hablando con su viejo amigo después de tanto tiempo, Mateo colgó rápidamente el teléfono y corrió hacia el frente del avión con Apofis pisándole los talones.
Los dos irrumpieron en la cabina justo cuando lo hicieron los gemelos, y apenas evitaron ser rozados por una ráfaga de balas que atravesaron la ventana.
El primer instinto de Mateo fue proteger a los niños por cualquier medio necesario, pero imagina su sorpresa cuando los peligrosos proyectiles comenzaron a flotar en círculo.
Las grandes balas se trasladaron hasta la mano esperante de Apofis donde las hizo desaparecer por completo.
—¡Gracias, hermano! —Yemaya sonrió—. Me preocupaba que esas cosas se enredaran en mi cabello.
—Supongo que eres algo útil... aún no entiendo por qué tenías que venir. —Yemaja rodó los ojos mientras mantenía la integridad de la cabina intacta para que no estuvieran en riesgo de una muerte prematura.