Seras y Lillian aparecieron en su dormitorio en casa como si nunca se hubieran ido.
Todo estaba tal como ella lo había imaginado, desde la forma ordenada en que estaba hecha la cama, hasta el persistente aroma de la vela favorita de Eris.
Estar en casa nunca se había sentido tan reconfortante y a la vez tan angustiante.
—¿Te sientes mejor? ¿No es agradable estar de vuelta en casa? —preguntó.
Lillian era una radiante esfera de sol y alegría que casi cegaba.
Y aunque Seras podría haberle hecho la vida imposible en sus años más jóvenes, al crecer desarrolló aprecio por tal comportamiento.
Hacía que el día frente a ella pareciera mucho menos aterrador.
—S-Supongo que me siento... —empezó Seras.
Antes de que Seras pudiera confesar sus preocupaciones y ansiedades persistentes, la misma fuente de estas apareció en la habitación frente a ella.
De alguna manera, Abadón era aún más guapo que la última vez que lo había visto.