Tarde en la noche después de que terminaron las festividades, Abadón dejó a la mayoría de los hombres que habían quedado inconscientes en el suelo de la cueva del hombre.
En silencio, regresó a su dormitorio oliendo ligeramente a licor.
Eran alrededor de las 2 de la mañana en ese momento, y Abadón no se sorprendió al encontrar a sus mujeres ya en cama y dormidas.
Sus pasos silenciosos lo llevaron directamente al baño, donde abrió el agua hirviendo y se sumergió en la bañera después de quitarse la poca ropa que tenía puesta.
Abadón suspiró, se hundió en el agua y cerró los ojos mientras dejaba escapar un suspiro cansado.
—Uh-oh. Si estás cansado, tal vez deberíamos haber ido a buscarte antes —dijo Ayaana con tono juguetón.
Al abrir los ojos, Abadón se encontró con una vista bastante desconcertante delante de él.
Ayaana estaba despierta y activa; llevaba puesta una holgada bata negra de seda que colgaba abierta sin atar y dejaba la mayoría de sus encantos a plena vista.