Abadón y Gabrielle terminaron de pie justo frente a una gran ventana en medio del pasillo.
Aunque Gabrielle pretendía que no estaba mirando a su padre, usaba sus sentidos para observarlo en la mayor medida posible.
Sus temores parecían haberse hecho realidad.
Su padre se sentía viejo, muy viejo de hecho.
Antes miraba todo con una especie de ligereza y carisma que se asemejaba a un ciego viendo todo por primera vez.
O un niño pequeño cumpliendo sus sueños de convertirse en un superhéroe.
En comparación con el él del pasado, esta versión parecía mucho más... hueca.
—Así que al final, mis temores se hicieron realidad después de todo... —murmuró.
—¿Melocotón? —Abadón llamó.
Gabrielle se giró lentamente hacia su padre con un rastro de lágrimas ya corriendo por su rostro.
—¡T-Todavía no has dicho nada, por qué ya estás llorando?! —Abadón se alarmó.