Con su corazón latiendo fuertemente por la incredulidad, Miguel desplegó sus grandes alas y se elevó al cielo hacia la fuente de las voces.
Justo como esperaba, vio a las dos personas que nunca imaginó que volvería a ver en medio de un pequeño grupo.
—¡Madre! ¡Hermano! —exclamó emocionado.
—¡Hola, dulce niño! —respondió su madre con afecto.
—Saludos, hermano —dijo su hermano con una sonrisa.
Miguel entrecerró los ojos al darse cuenta de que quizá su familia no estaba del todo bien.
—¿Qué... qué están bebiendo ustedes dos? —preguntó con tono preocupado.
La madre y el hijo miraron hacia sus manos.
Ambos sostenían un vaso helado lleno de una mezcla similar a un granizado.
—Oh, la mesera en el restaurante pareció encontrar a tu hermano bastante atractivo, así que nos trajo esto por su propia voluntad —explicó la madre.