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Para la mayoría de las personas que lo conocían, Belloc era visto como un individuo bastante tranquilo y despreocupado.
No alzaba la voz a menos que estuviera jugando un juego o en un concierto, y en su mayor parte nada parecía realmente molestarlo.
Las únicas cosas que parecían hacerlo enojar realmente eran aquellas pertenecientes al panteón nórdico.
Después de todo, era comprensible, ya que fueron ellos los responsables de su encarcelamiento en el inframundo nórdico.
Pasaba todo su tiempo ya sea en su pequeña cala de cadáveres, al lado de Hel, o roer las raíces de Yggdrasil; intentando irrumpir en el mundo mortal.
Era una existencia tortuosa para él como una criatura destinada a terminar el mundo.
No había un día en que no estuviera agradecido a sus padres por bajar a salvarlo.
Pero ahora, lo que sentía era casi exactamente lo opuesto a la gratitud.
Era odio puro, sin mitigar.
Belloc se arrancó la piel y permitió que su cuerpo volviera a su verdadero estado.