Fuera de la que solía ser la casa de Rafael, un pequeño ejército de vampiros bastante militantes parecía estar listo para quemar todo el lugar.
No habían venido con antorchas ni lanzas de ningún tipo, pero había unos cuantos que estaban armados con pistolas que contenían balas de metal o madera.
Ya estaban empezando a causar el mayor alboroto posible, exigiendo hablar con Abadón o con el que él estaba intentando poner a cargo.
A la cabeza del grupo había cuatro vampiros que vestían una variedad de los trajes de diseñador más elegantes que el dinero podía comprar.
El banquero Carlos también estaba de pie dentro de este grupo de hombres, y era fácil para uno darse cuenta de que él era el único que estaba verdaderamente nervioso de todo el grupo.
—Esto es un error os digo... ¡no deberíamos estar haciendo esto...! —recordó.
—No teníamos opción, Carlos. Tenemos que tomar una postura.