Abadón cruzó los brazos mientras golpeteaba con el pie impacientemente.
Habían pasado cuatro minutos enteros y ni un solo vampiro en la sala había dicho una maldita palabra.
Las miradas que recibía ahora eran aún más absurdas que cuando le brotaron por primera vez los cuernos y la cola.
Mateo parecía el más destrozado.
Abadón incluso podía oírle repitiendo las mismas frases en su mente una y otra vez mientras intentaba dar sentido a la situación.
—¿Rey vampiro...? —se preguntaba Mateo.
—¿Yo...?
—Está jugando conmigo.
—¿Debería reír...?
—Nadie más se está riendo.
—¿Eso significa que no es una broma...?
—¿Rey vampiro... yo??
Este ciclo se había estado repitiendo continuamente sin un final visible a la vista.
El resto de los vampiros ni siquiera decían nada, solo estaban parados completamente inmóviles por la impresión, como muñequitos rotos.