Una vez que Abadón se dio cuenta de que el arma era falsa, soltó un gruñido peligroso mientras obliteraba la réplica con magia de destrucción y dejaba que las cenizas fueran llevadas por el viento.
—Llegamos demasiado tarde... ¡El arma probablemente ya esté en manos de los dioses! —exclamó.
En un raro momento de serenidad, Valerie tocó suavemente el pecho de su esposo mientras intentaba calmarlo.
—Aunque estará bien... Podemos recogerla más adelante —murmuró con optimismo.
—¿No te preocupa que el día que encontremos el arma de nuevo sea el día en que se use contra nosotros? —preguntó él con preocupación.
—Bueno, no. Me doy cuenta de que es una inevitabilidad, pero ¿preocuparme por ello...? Realmente no —respondió ella tranquilamente.
—¿Qué? —Abadón no podía creer lo que escuchaba.