En un giro que Ares nunca esperó, Abadón mordió la punta de su lanza con la mínima cantidad de fuerza y la hizo añicos limpiamente.
Como un niño glotón, masticó los pedazos y luego los tragó antes de alejarse del dios de la guerra griego.
—¿Cómo...?
Aterrizando con gracia, Abadón hizo una expresión de disgusto como si no le hubiera gustado lo que acababa de comer.
—En cuanto a armas... he tenido mejores. Esto solo me enfada aún más de que arruinaras mi comida con Papa Legba.
Bosou finalmente volvió a ponerse de pie, y Ares notó otro problema.
Su respiración, su movimiento, todo era más lento de lo normal.
Ahora él calculaba que el loa estaba funcionando solo a nueve décimas de lo que debería.
—¿¡Por qué te has ralentizado tanto?! ¿Unos miserables rodillazos en la cara te han roto el espíritu? —preguntó Ares de manera directa.
—Yo... Yo... no... sé... qué... está... pasando...!
—¡Ah! ¡Lento! ¡Eso me hizo pensar en algo divertido! —pensó Abadón con una sonrisa.