Dentro de las tierras permanentemente oscuras y lúgubres de Helheim, hay una única gran estructura que se alza sobre todas las demás.
Dentro de una mansión grandiosa con paredes lo suficientemente altas como para tocar el cielo y portones negros que parecían casi impenetrables, se podía ver a una mujer acostada en un dormitorio.
La mitad de su cuerpo era pecaminosa; con curvas bellamente acentuadas y una piel pálida y tierna.
Su largo cabello plateado estaba atado en una sola trenza que caía por su espalda, y sus ojos negros eran increíblemente fríos e inanimados.
La otra mitad de su cuerpo no era tan pintoresca.
En lugar de una hermosa carne pálida y sonrosada, su cuerpo era como el de un cadáver en descomposición.
Si no fuera por esta peculiaridad, sin duda Hel sería conocida como una de las diosas más hermosas.
Sin embargo, no le importaba especialmente algo tan inútil como eso.
Solo quería ser la más temida.