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Incluso antes de que Abadón se hubiera revelado por completo a su familia, su nueva apariencia ya era horripilante.
Su figura serpentiforme ahora se detenía a mitad de su cuerpo y se expandía en un torso monstruosamente grande y musculoso.
Tenía protuberancias óseas y serradas que le crecían de los codos, y las garras de sus dedos eran lo suficientemente afiladas para cortar casi cualquier materia con un mero roce.
Las escamas negras que cubrían la totalidad de su cuerpo eran tan oscuras que si permanecía inmóvil, sería fácil confundirlo con una sombra cobrada vida.
En el centro de su pecho, el ojo que normalmente siempre permanecía cerrado ahora estaba medio entornado, como si estuviera un poco somnoliento después de una larga siesta.
Las siete alas en su espalda estaban plegadas en su cuerpo, pero cuando se desplegaran no habría esperanza para sus enemigos de ver el cielo arriba.