Tardó cuarenta y cinco minutos completos antes de que Darius y Erica dejaran de discutir, y otros diez minutos para que el enano se lavara todo el vómito de su cuerpo.
Pero ahora, los dos estaban sentados en una mesa en un ambiente algo cordial.
Sin embargo, como de costumbre, Erica observaba al rey enano ingerir niveles histéricos de alcohol sin detenerse a respirar.
—¿Cómo... sigues vivo?
*Continúan los ruidos de tragos*
—...—respondió ella.
—Ah, eso me reconfortó. ¿Dijiste algo, muchacha?
Erica apretó tanto sus dientes perlados que fue un milagro que no se rompieran.
Darius soltó una carcajada mientras empujaba una jarra que había llenado de cerveza hacia la mujer irritada frente a él.
—Está bien, señorita, ¿a qué debo el honor de tu visita? —finalmente preguntó.
Erica ni siquiera se molestó en tocar la bebida que le habían entregado y en cambio se centró en el motivo de su visita.