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Abadón no creía estar lo suficientemente cercano a su tío como para decir algo como que se vengaría por él.
Y si no hubieran tenido esta conversación antes de que todo se fuera al infierno, la traición de Pítias habría sacudido a Abadón significativamente menos.
Pero Belzebú había depositado su fe en Abadón.
Y el señor demonio consideraba a aquellos que depositaban su fe en él por su propia voluntad como existencias especiales a las que no les podía suceder ningún mal.
El hecho de que fuera Pítias quien había intentado dañar a una de las existencias especiales de Abadón ya era más que suficiente para llevar su ira a un nivel insalubre.
Pero la mención de su amada Eris y el resto de sus esposas era demasiado.
La furia de Abadón había alcanzado un pico nunca antes visto, y sabía que ya no podía predecir lo que haría.
Al retirar sus armas del suelo, usó su último atisbo de racionalidad para advertir a sus subalternos del peligro que presentaría.