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Durante nueve días enteros, Abadón y sus esposas no habían salido de su habitación.
Quizás fuera porque Seras acababa de confesarle o tal vez era porque finalmente tenía a todas las mujeres que siempre había soñado.
Cualquiera que fuera la razón, Abadón se había vuelto un poco codicioso.
Tanto si era Eris, Seras o Audrina, parecía no poder tener suficiente.
Sólo después de que abrió un portal a casa y secuestró a sus otras cuatro esposas finalmente sintió la tan esperada sensación de plenitud y satisfacción que tanto anhelaba.
Seras sacudió la cabeza con fuerza en un intento por liberar su mente del delirante placer que estaba experimentando.
Nunca en su vida se había sentido tan completamente indefensa ante un oponente.
Ella, que era capaz de borrar una nación entera de la faz de la tierra en una sola hora, estaba completamente superada por el hombre frente a ella sin forma de defenderse.
Abadón estaba actualmente en la cama, empujando como loco en una Lailah que gemía.