Cuando Thea abrió sus ojos, estaba rodeada de millones de armas rotas.
El cielo arriba estaba cubierto de oscuras nubes rojas, y no importaba a donde mirase la joven, no podía encontrar rastros del sol.
—Portadora de lo divino, ¿te consideras digna de heredar uno de los seis?
Alzándose desde los campos de espadas frente a Thea había una mujer como ninguna que hubiera visto antes.
Sus madres eran diosas extremadamente hermosas por derecho propio, pero ella era... incomparable.
La mujer era alta y musculosa, con largo cabello rojo sangre. Su cuerpo estaba adornado con armadura gris oscura que parecía vibrar y palpitar como si estuviera viva.
Cuando Thea miró a los ojos de la mujer, eran morados con esclerótica negra.
—Disculpe... ¿Dónde estoy? ¿Y qué es uno de seis?
La mujer extendió sus brazos y gesticuló hacia el espacio a su alrededor. —Estás en mi reino divino. Todo este lugar está sujeto a mi voluntad, mi deseo y mis necesidades.