Al día siguiente, Alex estaba almorzando en la cafetería de la universidad. En estos días ya no comía solo. No era como si de repente hubiera hecho amigos; era más como un grupo de chicas que ahora giraban a su alrededor, todas queriendo su atención, la cual él se negaba a darles, y en cambio simplemente comía en silencio. No tenía tiempo para putas y golfas hambrientas de atención. Sin embargo, curiosamente, una de las chicas sacó un tema con Alex al que él respondió con indiferencia.
—Oye Alex, ¿qué vas a hacer después del almuerzo? ¿Tienes otra clase a la que ir? —preguntó una de las chicas.
Alex ni siquiera pensó en esta pregunta, o por qué la chica la haría. Simplemente negó con la cabeza después de morder un particularmente delicioso sándwich de rosbif hecho por su madrastra.
—No, tendré que sentarme y esperar hasta las tres hasta que comience mi próxima clase... Joder, qué dolor de huevos... —murmuró.