Con ese pensamiento, Greg apretó los dientes, entrecerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, bebiendo la mitad del tazón de medicina de un trago.
No sabía tan mal como había anticipado; a pesar de su olor desagradable, la medicina era prácticamente insípida, parecida a un tazón de agua tibia.
Chascando los labios, Greg tocó su barba, sintiendo que algo no estaba bien.
—Vivia, ¿cómo es que esta medicina no sabe a nada? —preguntó Greg.
—¿Qué, extrañas el sabor extraño? Si quieres, puedo hacerte algo, ¡tanto como desees! —Vivia lo miró de reojo, sus manos habilidosamente atando la trenza—. Ahí está, ¿qué tal se ve?
—Esta trenza es realmente bonita, gracias, Hermana Vivia —Jelia se volvió a mirarse en el espejo y una sonrisa apareció en su rostro.
—Aún así no es tan buena como la de Howard. Me pregunto cómo un hombre logró adquirir esa habilidad —Vivia suspiró, pensando en los movimientos proficientes de Howard.