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El campo de batalla, resonando con estridentes gritos de batalla, parecía un reino de Asura.
Howard, observando a los soldados enemigos cargando en la desesperación, emitió otro implacable comando para una carga de caballería.
Haciendo señas con la mano y tirando de las riendas, él, envuelto en una ondulante capa blanca, montó su caballo de guerra una vez más.
Ejecutando una carga de caballería exitosa, la gran espada de Howard cortó el cuello de un soldado enemigo al pasar.
Continuó su carga como si nada hubiera pasado, liderando a sus tropas de vuelta al centro del valle para preparar el próximo asalto.
En un valle tan angosto y restringido, una unidad de caballería bien entrenada se presentaba como una barrera infranqueable, impervia a todo ataque.
Las tropas de Portia, bajo un intenso asalto del ejército izquierdo de Howard y aun más presionadas por la caballería de reserva de Resarite, enfrentaban probabilidades abrumadoras.