El pasillo estaba lleno de tensión, cada delegado escuchaba mientras la voz de Atticus se elevaba. Calma, constante, pero expansiva.
—Entonces permíteme preguntarte algo —dijo Atticus, inclinando lentamente la cabeza hacia un lado—. ¿Cómo tratarías con plagas? Plagas que siguen molestando aunque les hayas dejado claro que no son bienvenidas?
—En caso de que lo hayas olvidado, este es el dominio humano.
Su aura se desató como una tormenta, ondulando a través de la habitación. Las paredes gemían bajo la presión, el sonido resonando ominosamente.
—No tienes ningún derecho aquí. No tienes voz. Te trataré como lo que eres: plagas —su mirada se agudizó—. ¿qué vas a hacer al respecto?
La habitación se congeló, el peso de sus palabras calando hondo.
En la sala de control, la emoción silenciosa llenó el aire mientras los Ravenstein que observaban la transmisión en vivo sonreían ampliamente. Ninguno de ellos habló, pero sus puños cerrados y sus expresiones orgullosas lo decían todo.
