Atticus se sentó en la silla de tierra en completo silencio, su mirada penetrante barriendo los terrenos de entrenamiento.
Sus ojos morados brillantes parpadeaban rápidamente de un aprendiz a otro mientras entrenaban. Cada movimiento, cada técnica, cada sutil fluctuación del maná, lo absorbía y memorizaba todo.
Su inteligencia siempre había sido extraordinaria, una de las cosas de las que estaba más seguro. Pero ahora, sus capacidades mentales habían alcanzado un nivel que desafiaba descripción.
Su velocidad de comprensión era asombrosa, procesando patrones e ideas complejas en meros momentos. Su velocidad de pensamiento era inigualable, analizando múltiples capas de información simultáneamente. Su memoria era impecable, almacenando todo lo que veía o aprendía como si estuviera grabado en su mente.
Los aprendices, llenos de energía y esperanza, creían que estaba allí para reclutar. ¿Quizás buscaba jóvenes talentos para moldear en una fuerza de élite?