La mente de Atticus giró y en apenas un segundo después de que Ozeroth hablara, ya tenía un plan de juego. Le daría al espíritu una probada de su propia medicina. ¿Quién decía que Atticus tampoco podía ser orgulloso?
Los ojos de Atticus se volvieron más fríos, pero no dijo nada, simplemente mirando a Ozeroth como si acabara de escuchar la cosa más tonta de toda su vida.
La sonrisa de Ozeroth se agudizó a medida que su aura se espesaba, presionando sobre Atticus como una montaña. Reconoció esa mirada, y le encantaba.
Él dio un paso más cerca, y el aire parecía estremecerse bajo el peso de su presencia.
—Entonces —dijo Ozeroth—, para alcanzar esta cima, ¿qué harás?
La respuesta de Atticus llegó sin vacilación.
—Vivir mi vida.
Ozeroth se detuvo, completamente desconcertado, su sonrisa tembló. En el siguiente instante, explotó en su usual carcajada retumbante.
Este niño estaba loco. Estaba demente. No sabía por qué, pero le encantó esa respuesta. Era perfecta.
