Era como adentrarse en otro mundo. El pasillo por el que Carius había estado caminando antes le había parecido normal, con las leyes de la física sin cambios.
Pero en cuanto Carius atravesó esa pared, todo se había transformado.
El aire se sentía ligero y pesado al mismo tiempo, como si estuviera suspendido, no del todo libre, sino más bien como agua fluyendo suavemente en un océano.
La ceja fruncida de Carius se acentuó al absorber su entorno. Había entrado a un gran salón, sus paredes, techo y suelo negros como la brea, y aún así el salón estaba brillantemente iluminado y cada detalle en su interior era visible.
La mirada de Carius se volvió más fría mientras caminaba hacia el centro del salón, tomando su lugar al lado de su padre, Azracán, que estaba sentado con respeto en un cojín mullido frente a una plataforma ligeramente elevada no muy lejos de él.