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Inmediatamente, Zeras posó sus ojos sobre él. Se sintió atraído de manera incontrolable por el aura que rodeaba la figura, y su cuerpo se detuvo bruscamente a solo unas pulgadas de distancia de la figura, que lentamente levantó la cabeza.
Las cadenas que lo rodeaban tintineaban, provocando olas gigantescas en la superficie del Río del Destino.
Finalmente, Zeras pudo ver su rostro, y su corazón latió descontroladamente en su pecho.
—Mira en mis ojos. ¿Qué ves? —Era un joven, con cabello blanco como la nieve más pura, labios más rojos que la sangre y un rostro esculpido por la perfección misma.
Sin embargo, esos ojos, no podían llamarse así. En su lugar, eran agujeros negros sin fin de...
—Veo muerte, locura, dolor, y... —Zeras le respondió mientras el abismo oscuro rotativo en los ojos del hombre se aceleraba aún más.