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La cicatriz de garra que tenía Fernand en el rostro se la hizo un dragón durante la primera ola de la guerra.
Desde entonces, realmente conoció el significado de la impotencia.
La desesperación que se le había impreso causó un efecto dominó que arruinó su vida.
Su paranoia era tan fuerte que perdió el respeto de sus subordinados.
—¡Tanto como para que uno de ellos lo retara y ganara!
Fue degradado, y a pesar de sus desesperadas súplicas, aún fue llevado a luchar contra los dragones en el frente de batalla.
Esa experiencia infernal... Fernand pensó que había dejado todo eso atrás cuando desertó de la Hacienda Real y se unió a la Pandilla Mercenaria.
Como ejecutivo allí, era muy respetado y podía hacer lo que le plazca.
Todos sus enemigos también eran muy débiles...
... Hasta ahora.
—¡E-eeeeeek! —el anciano chilló como una rata, aún incapaz de moverse mientras veía a su depredador finalmente pararse frente a él.
—¿Q-qué eres? ¿Un… dragón…?