—Podía sentir que Sasha lo miraba fijamente al costado de su rostro. Mantenía sus ojos en el camino de tierra adelante, no porque lo necesitara, sino porque no podía obligarse a encontrarse con su mirada y posiblemente verla rechazándolo. Ya había pasado por tanto y ahora ¿le lanzaba esto?
Pero ella no iba a entender el resto sin saber esto. No tenía elección. En el momento en que había decidido sacarla de las narices de Nick, sabía que tendría que decírselo. Todo.
Hace cinco años, había tenido un plan para hacer exactamente eso.
Después de la primera vez que habían dormido juntos, la primera vez que ella había dormido con alguien, estaba tan enamorado, tan determinado a averiguar cómo hacer que todo funcionara con ella, había decidido revelarlo todo. Era la única cosa que jamás debía hacer, bajo ninguna circunstancia. Pero iba a hacerlo por ella. Y de alguna manera Nick se había dado cuenta. Se había asegurado de que ese momento nunca llegara.
Bueno, que Nick se joda. Si ella lo iba a rechazar, lo haría conociendo toda la historia de quién y qué era él, de lo que era capaz, y lo que había hecho.
Pero ahí estaba él, con los hombros encogidos y reacio a encontrarse con su mirada porque era un cobarde. Su corazón latía aceleradamente.
Se había imaginado contarle esto innumerables veces. De innumerables maneras. Nunca así, sin embargo. Incluso había soñado con este momento, y también había tenido pesadillas al respecto.
En los buenos sueños había visto sus ojos suavizarse y su voz volverse gentil. Ella había preguntado, inteligentes preguntas incisivas, luego lo abrazaba entre sus brazos y besaba su miedo.
En las pesadillas, ella se alejaba de él, gritando.
Ahora, aquí estaban, en la realidad… y ella se había quedado muy callada.
Arriesgó una mirada hacia ella desde el rabillo del ojo, pero ella ya no lo miraba. También miraba el camino adelante, con los labios apretados.
—¿Explicas a qué te refieres? —preguntó ella con calma.
Él flexionó sus dedos sobre el volante, luego le ofreció el más grande, el más profundo secreto de su vida: Su existencia.
—Durante mucho tiempo, el gobierno ha estado experimentando con la combinación del ADN y material genético de humanos con animales. El objetivo original era crear soldados que pudieran luchar mejor y por más tiempo que un humano normal.
—Tuvieron una variedad de resultados, algunos buenos, otros... realmente no. Hace unos cincuenta años tuvieron un éxito real: seres humanos que parecen seres humanos pero no lo son. Tienen los sentidos y algunas... capacidades de sus contrapartes animales.
Se preparó y se volvió a mirarla, la encontró mirándolo, su rostro ilegible. —Nos llaman Quimera. Y somos reales.
Ella solo miraba fijamente. Él esperó, pero ella no dijo nada.
—Sasha —comenzó con un suspiro, pero ella parpadeó y sacudió la cabeza.
—Continúa. Cuéntame. —dijo ella.
Tomó una respiración profunda y volvió su mirada al camino. —Vale… entonces, esos primeros experimentos fueron alentadores, pero las Quimeras resultantes no podían reproducirse. Hacernos es muy caro y un poco... poco ortodoxo. Así que, querían encontrar una manera de aumentar nuestro número que no fuera tan difícil. Durante los siguientes veinticinco años intentaron diferentes cosas. Luego... luego me hicieron a mí.
—Te hicieron a ti.
—Sí.
—¿Quiénes?
—Científicos, en su mayoría. Algunos investigadores de animales y genetistas... había todo un equipo, supongo. No sé. No los he conocido a todos.
—¿Y qué te hicieron? Digo… ¿qué estaban intentando hacer? ¿Este súper soldado, o lo que sea?
Sus manos se apretaron en el volante de manera que se flexionó bajo su agarre. Tenía que obligarse a ser cuidadoso o iba a romperlo. —Algo así. Sus objetivos habían cambiado un poco para cuando llegaron a mí. Sin ánimo de hacer un juego de palabras, pensó. Pero era demasiado pronto para esa parte.
—Cambiado a qué?
—Para ese entonces ya no querían solo luchadores sin mente. Querían personas que fueran… mejores.
—¿Mejores en qué?
Le costaba no sonreír. —En todo, —dijo con timidez. Pero ella no le devolvió la sonrisa.
—¿Puedes ser específico, por favor?
Él suspiró. Durante años había tratado de pensar en maneras de decírselo que no sonaran como algo sacado de una película de ciencia ficción. Pero le había faltado imaginación.
Lo único que se le ocurrió fue mostrarle. —¿Puedo tomar tu mano por un segundo? —tendió su palma. Fue un eco no intencionado del momento anterior en la noche... el momento cuando ella se había alejado y le había roto el corazón.
Ella miró su palma abierta, luego encontró sus ojos, confusión y miedo se mezclaban en las sombras de su mirada.
Él suspiró. —No te haré daño. Quiero... oler tu mano.
—¿Olerla? —Su sorpresa—y la expresión de disgusto juvenil habrían sido divertidas si él no estuviera hablando en serio.
Él solo asintió y esperó. Un momento después ella deslizó sus dedos en su mano. Casi la besa. Pero en lugar de eso, levantó su palma y la sostuvo cerca de su nariz. Ella estaba tensa y resistía cuando él pudo haberla acercado lo suficiente para tocar su rostro, pero no importaba. Tenía lo que necesitaba.
—Supongo que el pan francés es todavía tu favorito? —dijo tranquilamente, sorprendido por la ola de nostalgia, las docenas de imágenes que tenía de ella sonriéndole por encima de un plato empapado de sirope de sus días en la secundaria.
Ella parpadeó. —Sí, pero ya lo sabías. Buena suposición.
—¿Crees que adiviné que lo comiste para desayunar esta mañana, con salchicha para desayuno y... bananas. Interesante elección.