Al ver la gran araña, su mano se entumeció y un frío le invadió el cuerpo. Elisa podía casi sentir que toda su sangre era drenada por el monstruoso ser que la acechaba con sus ojos dorados. Al ver que la criatura comenzaba a moverse de nuevo, Elisa reanudó su carrera. Reunió su poder para correr de nuevo a pesar de sus piernas cansadas y heridas.
—Siempre he pensado que tienes mala suerte, pero quizás eso es quedarse corto —una voz resonó desde arriba, deteniéndose frente a ella estaba un hombre alto con el pliegue de su abrigo fluyendo como rayas negras con el viento. Ian levantó su mano, colocándola sobre la araña para que la criatura de repente no pudiera moverse. Se revolcaba aullando a Ian con sus grandes ojos desorbitados sobre él. —Crees que eres el más aterrador, ¿eh? —Ian extendió su palma ante la araña mientras decía sus palabras, lentamente cerrándola en un puño para que el cuerpo de la araña comenzara a desmoronarse en polvo.