Fue suerte. Le faltaba suerte.
Hallow sabía que, desde que se dio cuenta de que era un segador siniestro, lo que más le faltaba era suerte. La parte de su vida donde fue acusado de traidor por el resto de los segadores fue solo la punta del iceberg. No era una exageración decir que la llegada de Elisa fue su bendición definitiva.
—La vida era una mierda y ahora me está dando más mierdas —dijo Hallow. Su cuerpo estaba atado con una cuerda mientras estaba sentado en la pequeña mesa dentro de un bar que exhalaba el fuerte hedor del alcohol. Miró a los humanos que bebían cosas que para él parecían orina humana.
—No sabía que al vivir en el mundo mortal, te haría maldecir cada cinco segundos, Hallow —dijo el hombre elfo que estaba sentado frente a él. El nombre del hombre, si no lo había olvidado, era Maxwell—. Maldecías por la vida no menos cuando habías muerto.