El pánico montaba en todo el cuerpo de Elisa. Al llegar al lado de Ian, vio cómo más sangre se derramaba de su boca —¿Ian? ¿Ian? Quédate conmigo —susurró. Una de sus manos estaba sosteniendo la suya y la otra intentaba presionar su herida para detener la hemorragia pero cuando retiró su mano, sus dedos temblaban al sentir la sangre del brazo que continuaba empapando su mano.
Gotas de sangre roja caían al suelo y el sonido era tan distintivo que Elisa sentía como si fuera su corazón el que se desplomaba de manera estrepitosa como lo hacía la sangre.
—Belcebú... —murmuró Ian, sus ojos mirando a Belcebú se llenaron de ira. Cuando habló, tosió, causando que Elisa se alarmara aún más.
—No hables —le rogó—, la sangre no sanaba. ¿Por qué no sanaba?