—¿Llamando su nombre ahora? Es demasiado tarde, él no vendrá —se burlaba el hombre que llevaba la piel de Alfredo, pero mientras caminaba, su rostro se derretía como cera, dejando chisporroteo y un gran pedazo de piel fundida caía al césped. Finalmente, al ver la verdadera cara del oscuro hechicero cuyo rostro era familiar, Elisa jadeó.
—Tú... yo te he visto antes —ella miraba el rostro y sus cejas se fruncían más profundamente.
—Por supuesto, Elisa, yo era alguien que te conocía muy bien —el hombre puso su mano en su pecho—. Viví al lado de tu casa después de todo, estábamos cerca, ¿no? A menudo cuidaba de ti y de tu madre desde la valla de madera entre nuestras casas. Esa mujer lamentable, abandonada por su propio esposo y ahora mira tú, ¿en una relación con un demonio? Sigues justo en el mismo agujero en el que tu madre cayó. Mujeres tontas.