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—Ian le ayudó a bajar del carruaje. Sentir su calor hizo que a Elisa le ardieran más las mejillas. Estaba a punto de dar otro paso hacia abajo cuando, en cambio, se precipitó hacia adelante. Elisa cerró los ojos, esperando la caída, solo para sentir que había caído sobre una carne tensa que era cálida y rebosante de fuerza. Al abrir los ojos, sus labios estaban a solo un hilo de distancia de los de Ian y él esbozó una sonrisa burlona—. Podrías caer sobre mí todos los días y segundos sin que me aburra.
—Eso no sonaría bien —susurró Elisa y le oyó reír con una alegría que la hizo sonreír—. ¿Qué harías si cayera cada segundo? Sería agotador para ti tener que atraparme cada vez.
—¿Cómo va a ser agotador si solo siento felicidad cuando caes sobre mí? —Ian le preguntó y la sostuvo por la cintura. Elisa sintió cómo su cuerpo era repentinamente alzado en alto y colocado en el suelo como si hubiese girado en el aire—. ¿No confías en que te atraparé cada vez que caigas?