Las mejillas de Elisa se tornaron rosadas al escuchar sus palabras, él sabía qué palabras lograban que su corazón se agitara. —Es gracias al vestido —dijo ella, tirando del borde de su falda. Su corazón estaba lleno de mucha felicidad por el vestido que él le había regalado. —Y los zapatos —añadió Elisa, sin olvidar ni una sola cosa de lo que Ian le había obsequiado.
—Esos son lo que te complementan. ¿Has oído cómo un vestido solo le queda bien a la persona que lo lleva puesto porque es la persona? Así es como funciona. El vestido te queda hermoso porque tú eres quien lo lleva puesto. Puedo decirte que de todas las damas en este edificio, tú eres la que honestamente más los ostenta —Ian notó cómo el corazón de Elisa aceleró al oír sus palabras y su encantadora sonrisa solo se amplió. Extendiendo su mano, le preguntó gentilmente:
—¿Tus manos, mi señora?
—Es un placer —respondió Elisa con un poco de timidez y emoción mientras colocaba su mano sobre la de él.