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La noche era ventosa y fría, pero a Elisa no le parecía que el frío calara. Con la mano de Ian abrazándola, se sentía lo más cálida que había estado en su vida. Las alas que eran negras como el azabache le recordaban a la pluma negra que tomó de su último vuelo. Como Ian le había dicho que se había convertido en cenizas, no comprobó si era cierto. ¿Realmente se convirtió en ceniza? —se preguntó Elisa.
La posición en la que estaba Elisa, su mano rodeando el cuello de Ian y su rostro acercándose más que nunca, le hizo saltarse un latido.
—¿Cómo te sientes? —Ian miró hacia abajo, sus ojos rojos siempre habían sido intensos mientras demostraban la travesura desbordante y sus actos caprichosos.
—Es genial —respondió Elisa—. Miró hacia abajo para ver las casas viéndose pequeñas. Algunas luces venían de las antorchas en cada casa, mirándolas el cielo parecía como si hubiera descendido al suelo.