El cielo estaba negro como el azabache y, con el invierno haciéndose más frío, Elisa podía sentir el escalofrío recorriendo su espina dorsal. Pero el escalofrío no venía del cielo ventoso ya que la chimenea estaba encendida para calentar la habitación. Eran las palabras que Ian dijo casualmente, que sonaban como una broma, pero eran la completa verdad.
Como si el tiempo se detuviese, Elisa miraba fijamente a los ojos de Ian que la devolvían la mirada. Eran claros y brillantes como rojo sangre, el mismo color de su cabello. ¿Qué había dicho Ian?
—¿Matarte? —esas fueron las únicas palabras que Elisa logró exprimir en su estado de shock.
Nunca en la vida de Elisa podría haberse imaginado odiando a Ian. Mucho menos matarlo, a la persona que ama.