—Tus palabras primero —dijo Belcebú—. Sabes que soy yo quien tiene la ventaja aquí. Te contaré acerca de tu dulce novia que ha sido destinada a matarte. No puedo esperar para conocerla cuando llegue.
Casi en un instante, Belcebú vio sombras de oscuridad envolviendo la cara de Ian que se cernía sobre el pequeño cuervo que estaba poseyendo en ese momento. La sombra de toda su persona que se mostraba en la pared detrás de él se volvía más oscura a medida que aparecían cuernos en su cabeza que se enroscaban más profundamente. Los ojos rojos se tornaban más brillantes como si tuvieran sed de sangre, dejando el resto completamente negro.