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Ian podía afirmar lo que su pequeño perrito estaba pensando. Solo una cosa y era correr, aunque Elisa no podría huir de él con sus rodillas que estaban perdiendo energía y una cosa que Ian no le permitiría escapar de él.
—¿Todavía quieres bajar, perrito? —preguntó Ian, cuyos ojos al encontrarse con los de ella eran burlones— y Elisa no estaba segura de si Ian la dejaría bajar sabiendo bien cómo al señor Ian le parecía disfrutar viendo a otros caminando sobre la cuerda floja.
—Por favor —dijo Elisa una palabra para hacer que Ian la dejara bajar. Cuando sus pies tocaron el suelo, Elisa notó cómo un pie tenía zapatos y el otro tocaba inmediatamente el suelo.
Elisa pensó que su zapato perdido era motivo de preocupación pero más que eso, sus ojos azules se detuvieron en la espalda de Ian. Estaba segura de que no estaba soñando, había un par de alas negras que vio adheridas en la espalda de Ian a través del abrigo, pero lo suficientemente extraño su abrigo parecía estar bien.