Demasiado envuelta en el éxtasis que perseguía, ella no lo escuchó. Chilló cuando su lengua la rozó y se adentró peligrosamente en su interior. —¡Ah! Intentó arquear sus caderas pero estaban presionadas hacia abajo. La sensación era insoportable. Quería moverse pero estaba inmovilizada. De repente él cerró su boca sobre su núcleo y ella gimió en voz alta. Segundos después, la tensión que se había acumulado dentro de ella se desenredó como miles de fragmentos envueltos en suave seda.
Íleo se levantó, e instantáneamente cubrió su boca con la suya para absorber sus gemidos en los suyos. Cuando ella estaba sin aliento y jadeante y su cara estaba roja por la falta de aire, él se alejó. Anastasia miró en sus ojos dorados y esperó a que su respiración se calmara.