Anastasia se dio cuenta de que Kaizan estaba mezclando medicinas para todos ellos mientras se sentaban en troncos de árboles o en el suelo, se estiraban y gemían o hacían comentarios sobre quién estaba más herido. Sacudió la cabeza y caminó hacia Kaizan.
—Te dije que no dejaras a Íleo —dijo él con los ojos entrecerrados.
Ella exhaló. —Si me quedo con él, solo me pondré más ansiosa. Necesito distraer mi atención.
Él la miró fijamente, pero luego cedió. —Bien, muele estas hierbas hasta hacer una pasta, mientras yo voy a buscar agua de la cascada.
—¿Quieres que te acompañe?
—¡No! —dijo él tajantemente—. Te vas a quedar justo aquí.
Ella echó la cabeza hacia atrás y frunció el ceño. —¿Por qué estás tan nervioso?